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(18) Los cerros de la Mérida que se nos fue…

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Por Sergio Grosjean

La antigua Ichcanzihó, nombre que se traduce de acuerdo a algunos investigadores como “Faz del nacimiento del cielo”, “Lugar de los altos Sihoes”, o “Dentro de 5 cerros. Fundada por los Itzáes; grupo que se preciaba de ser el más nato de Yucatán y constructor de la imponente Chichén Itzá que tanto continúa sorprendiendo al mundo, sobre todo luego de los informes ofrecidos por investigadores acerca de un enorme cenote que yace en sus entrañas y debajo de la conocida pirámide de Kukulkán.

A la llegada de los españoles la vieja Ichcanzihó, llamada por contracción T´hó, o tijó, pertenecía al cacicazgo de Chakan, uno de los 16 señoríos que había al momento de la conquista -de acuerdo al investigador Ralph L. Roys-, mismo que reconocía por capital al entonces pequeño poblado de Caucel. Al momento de la entrada de los españoles a nuestra actual capital, se encontraron con un panorama desolador, ya que el sitio era solamente habitado por algunos humildes labradores que vivían en un villorrio conformado por simples chozas, siendo que lustros antes, fue una ciudad llena de vida y esplendor que, a juicio de Fray Diego de Landa, era una de las ciudades más bellas y grandiosas que había visto, y que había sido transformada en ruinas debido a las intestinas confrontaciones comandadas por los diversos cacicazgos mayas.

Testigo de su grandeza eran los cinco hermosísimos cerros secundados por algunos montículos menores que posiblemente eran restos amontonados de otros templos que visualizaron los europeos a su entrada a la antigua T`h´o según nos narra el historiador Ignacio Rubio Mañé. Una de estas estructuras imponentes estructuras, llamada Backlunchaam, se encontraba al costado poniente de la actual plaza grande, específicamente el sitio que ocupa el ayuntamiento de Mérida, la cual permanecería por muchos años, hasta que por finalmente fue demolida en su totalidad en el segundo tercio del siglo XVII.

De tal forma, que luego de la fundación de la ciudad, comenzó a ser evidente la transformación del paisaje visual, pues gran parte de los bloques de piedra de esta y otras antiguas construcciones sirvieron de material para la edificación de la nueva ciudad, tal y como se observa en el presente en la emblemática catedral y algunos edificios restaurados en el centro histórico, donde se distinguen los añejos bloques de piedra careados que fueron reutilizados para la conformación de mencionados inmuebles.
Otro enorme cerro se hallaba al suroeste donde posteriormente se erigió la imponente ciudadela de San Benito, siendo que luego de cientos de años durante los que se fue transformando su fisonomía fue paulatinamente destruido, y los restos de la ciudadela, abandonada por los religiosos en 1821 debido a la secularización de los conventos, fue aprovechado posteriormente para diversas funciones, incluso en penitenciaría, misma que fue desalojada en 1895, cuando sus reos fueron trasladados a la recién fundada penitenciaría “Juárez”. La luz de este portentoso lugar fue apagada pocos años después durante el gobierno de Olegario Molina, quien mandó a derrumbarla y utilizar sus materiales en la pavimentación de la ciudad.

Los otros tres cerros se encontraban muy cerca, y uno de ellos, ubicado en las inmediaciones de la plaza de San Cristóbal, se le denominó durante la época colonial “Cerro de San Antón”; último sobreviviente en su estado tal y como fue hallado por los españoles a su llegada, ya que no fue transformado o demolido como los anteriores montículos, hasta que el gobernador Benito Pérez y Valdelomar lo mandó a desmantelar en 1801. Ante tal hecho, se manufacturaron unas placas que se colocaron en la esquina de la 67 con 50, donde precisamente se levantaba esta monumental estructura, siendo que una de estas consigna “Calle del imposible y Cevencio”. Se dice que es “La Calle del Imposible y Venció” pero también a la esquina se le menciona cómo “El imposible”.

Narra la historia que entre los años 1800 y 1801 se emprendió una obra, que a juicio de los vecinos del rumbo, era prácticamente imposible, ya que la misión era demoler imponente cerro que en realidad se trataba de una estructura prehispánica, con el objetivo de lograr continuar sin interrupciones la actual calle 50. Se piensa que esta estructura que se extendía al norte hasta lo que hoy es plaza de la Mejorada, en su cima había un templo maya en honor a H-Chan-Can o H-Chun-Caah y que los españoles sustituyeron por San Antonio. Al final de 1801 la estructura fue completamente demolida y como testimonio de esta mejora se incrustó una lápida en un predio ubicado en el cruzamiento de la calle 50 y 67 que reza: “CALLE DEL IMPOSIBLE Y SE BENCIO”. El otro monumento alusivo a aquella mejora es una piedra rectangular ubicada en el mismo predio en la parte que mira a la calle 50, la cual está dividida en tres con diferentes inscripciones. Sergio Grosjean Abimerhi 14/01/2023.

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