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(20) El carnaval de Mérida en “la Mérida que se nos fue…”

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Por Sergio Grosjean

En el presente, tal y como hace ya varios años, el carnaval de Mérida se celebra en Xmatkuil, mismo que durante décadas tuvo como derrotero del Paseo de Montejo y el centro de la ciudad. La decisión de cambiar de plaza de manera permanente tuvo sus adeptos, pero también gente que mostró su desencanto ante tal decisión, ya que para estos últimos el ambiente perdió su principal atributo: que sea una fiesta del pueblo en las calles.

No obstante, los que apoyaron la propuesta opinaron que las calles de Mérida se desquiciaban esos días nos solo por el tráfico que se generaba debido al cierre de calles o las plantas del camellón se dañaban, sino que se convertía en una enorme barra de bebidas espirituosas el paseo de montejo y ya era necesario trasladarlo de lugar.El haber disfrutado del carnaval durante muchos años y compararlo con el pasado y presente me hace reflexionar y percatarme que el ambiente que se vive en estas fiestas se ha transformado de manera exponencial.
Recuerdo que antes que comenzara el ayuntamiento con el gran negocio de colocar las espantosas gradas y sillas en renta convirtiéndolo en un jugoso negocio para el alcalde en turno y sus esbirros al igual que las concesiones de venta de cervezas o bebidas gaseosas, la población llevaba sus sillas, se acomodaban en orden en las escarpas o aceras, incluso llevaban sus refrigerios y las calles se convertían en una fiesta para la población en general, no distinguiendo en credo, condición social o edad.

El carnaval en 1865
Nos narra en su vivencia acontecida en el año de 1865 el Dr. García Montero, que el Carnaval de Mérida tenía como derrotero la actual calle 59, es decir, de Santiago hasta Mejorada. En aquellos tiempos, las grandes filas de carruajes que transitaban por las festivas calles eran ovacionadas por las miles y miles de personas disfrazadas y enmascaradas que se reunían en las aceras de esta prolongada calle, para arrojar y recibir confetis y piropos. Muchos de esos individuos aprovechaban esos días para meterle más sazón a su personalidad, ya que algunos, no contentos con engañar con la máscara diaria de la hipocresía, cargaban con otra durante esas fechas para abochornar a los menos cubiertos.

Lo más notable –continúa- es que en medio de tanto bullicio, trapaleo y barullo, no se notaba el disgusto de alguien, e incluso, subámosle de tono a la expresión, las divisiones partidistas se olvidaban y todos se unían con denotada alegría para celebrar esos días de fiesta. Interesante me resulta, ya que en el presente, vemos a poca gente portando un disfraz e incluso máscara; hoy, parece que las personas que asisten al carnaval han perdido ese espíritu carnavalesco, y más aún, no podemos omitir que la lejanía del paseo ha hecho que mucha gente que antes asistía a esta fiesta se olvide de estas memorables fechas.

Pero no alejándonos de aquellas crónicas, el escritor Manuel Barbachano narra en su crónica de aquellos tiempos, que la población ya sentía el espíritu carnavalesco desde la noche buena, ya que por esas fechas comenzaban a celebrar bailes y algunas máscaras. Llegado el día memorable, la ciudad se transformaba; eran tres días de carnaval en el que la gente no pensaba en otra cosa más que en divertirse en un ambiente de camaradería nunca visto fuera de esas fechas, y esa era la peculiaridad del carnaval de Mérida.

Por su parte, los hombres ocupados dejaban sus negocios, los fríos entraban en calor, los adustos se volvían risueños, los apáticos se hacían diligentes, y los viejos se hacían niños. Era fantástico, ya que podía observarse tras un carro de estudiantes, de cómicos y escritores; otro de zapateros y sastres que precedía a comercios y empleados. Junto a una comparsa de hombres de todo fuerte, otra de débiles personas de un suburbio secundados por gente de la curia, y en donde curiosamente, la gente de la más alta sociedad iba entremezclada con personas de la más baja escala social.

Era la única fecha en el que las casas de la aristocracia yucateca abría sus balcones para deleitarse con el paseo, para luego combatir en la más excelsa camaradería con los peatones quienes arrojaban o recibían huevos y cucuruchos de almidón, a tiempo que parejas de personas se protegían con paraguas para resguardarse de los aguaceros provenientes de los balcones.

En las calles se evidenciaban las oleadas de gente con disfraces y máscaras, con el rostro pintado a su capricho; unos iban con trajes de guerra o con pitos flautas y cornetas; en pocas palabras, un teatro de animación, de movimiento, de bulla y de confusión, a la que describe como una auténtica torre de babel.

Remontarnos a aquellos tiempos en el que el carnaval era una verdadera festividad, creo que hace falta una auténtica y efectiva transformación del carnaval, ya que el haberlo cambiado de lugar -desde mi óptica y muy respetable la de todos- no aportó algo que lo enriquezca y haga que recupere algo de su esencia y de su magia de antaño, y pienso que en el presente, al menos con este alcalde y gobernador que tenemos quienes por cierto son los artífices de esta desabrida transformación, no podríamos observarlo a menos que posiblemente existan terrenos en venta o permuta de los que puedan obtener algún beneficio personal, como perfectamente lo saben los vecinos de las colonias Montebello, Monte Albán, Montecristo, Sol Campestre que conforman la agrupación Colonos Montes Unidos de Mérida al igual que los de Altabrisa que también mantienen su lucha contra negocios inmobiliarios -donde se ve la mano de estos grises personajes- que les afectará directamente según han expuesto en diversas manifestaciones; temas que por cierto trataremos en estos días.

Ya para concluir, y sin alejarnos de este apasionante tema y de paso se nos revuelva el estómago, quienes somos arriba de cuarentones podemos recordar las vívidas comparsas de “Pompidú”, la de “Jacarandoso” y de otros grandes personajes que seguramente alguien nos recordará; o de las pintaderas que se consolidaban en el Paseo de Montejo y prolongación o en el parque de Sanjuanistas, las cuales se transformaban en verdaderas batallas que más que pintar a cualquier transeúnte que ni por error se disgustaba, en guerra de huevazos, tomates podridos e incluso agua con lodo y un poquito de “uix” para que amarre, al igual que la emblemática fuente de Montejo que se convertía en un sorprendente depósito de agua con millones de burbujas producidas por el jabón y detergente que nosotros los entonces chamacos arrojábamos como travesura. ¿y tú de que recuerdas? Sergio Grosjean Abimerhi 23/01/2023.

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