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Cuba: dos huracanes

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Por Pelayo Terry

Los cubanos, en su mayoría, han apostado por el gran huracán de la solidaridad, vencedor, nuevamente, ante el malintencionado huracán de odio que nos han querido imponer.

Hace unas semanas, un huracán con nombre de tres letras, arrasó, literalmente, amplias zonas del occidente cubano y dejó en condiciones extremas a miles de familias, que perdieron todo o casi todo tras el azote de ese evento meteorológico que los humanos llamaron Ian (entró al país como categoría 3 en la escala Saffir-Simpson), en esta nueva temporada de ciclones tropicales.

La fuerza de los vientos y las intensas lluvias provocaron afectaciones aun por cuantificar, pues, aunque se ofrezcan cifras y datos, siempre serán aproximaciones a una realidad que supera cualquier idea y que ha puesto a prueba la capacidad de resistencia de mucha gente, y también, cuánto puede y debe hacer el gobierno para tratar de borrar, lo antes posible, las tristes huellas dejadas por el fenómeno hidrometeorológico.

Aun hoy, a más de 15 días de su paso arrasador, las heridas de Ian se sienten y las imágenes que las acompañan muestran lo complejo que será volver a la normalidad. Pinar del Río, la provincia más afectada, al cierre del viernes 7 de octubre, sólo contaba con el 25 por ciento de sus consumidores con electricidad, pues la batalla intensa de las empresas encargadas de ese servicio por ir dejando atrás las afectaciones, no es nada simple, pues se cuentan por miles los postes caídos y por kilómetros los cables a reponer.

De todos los territorios cubanos han llegado a la más occidental de las provincias ayudas en recursos materiales, ropa, alimentos, aseo y otros productos, provenientes de empresas del Estado, trabajadores privados, y de la gente común que ha hecho suyo el apoyo a los más necesitados que quedaron sin nada. Pero ello, como es lógico, es solo un paliativo, pues son mucho más las necesidades acumuladas que lo ofrecido ante la dolorosa contingencia.

El pueblo cubano, en general humilde y laborioso, manifiesta diariamente sus miles de insatisfacciones ante la situación que atraviesa, pero eso no resta ni un ápice a su bondadosa solidaridad antes fenómenos como este. La gente ha salido a las calles a contribuir a la recuperación, a sumarse con lo poco que pueda tener, a ayudar a quienes laboran para devolver la electricidad, las comunicaciones o el agua. Esa realidad no puede negarse.

Otras muchas actitudes ofrecen aliento ante las complejidades cotidianas. Los alimentos escasean, la crisis inflacionaria amenaza con continuar a un ritmo galopante y el día a día se hace cada vez más difícil, a lo que se suma la complicada situación del transporte y otras dificultades, agravadas, además, por el bloqueo que Estados Unidos impone desde hace más de 60 años a la mayor de las Antillas.

Sin embargo, mientras la tragedia mostraba su rostro más triste, aparecieron, como era de esperar, los oportunistas que «empujan, pero no se caen», para incitar a revueltas que dieran al traste con el proyecto social cubano.

En La Habana, afectada por Ian pero no en la magnitud que otros territorios como Pinar del Río y Artemisa, se desencadenaron, en las primeras horas posteriores al paso del meteoro, complejas situaciones en barrios y comunidades, donde muchas personas, honestamente, y ante la desesperación por la falta de servicios básicos, salieron a las calles con sus reclamos, calificados por las propias autoridades como legítimos.

Pero lo que se inició como protestas pacíficas, en no pocos lugares se transformó en cierre de calles, cacelorazos, incendio de llantas, volcadura de depósitos de basura y otras acciones violentas, lideradas por pequeños grupos que, en realidad, con su oportunismo, lo que hicieron fue entorpecer la agilidad del proceso de recuperación.

Cuando se hurga en lo ocurrido y se buscan más elementos para el análisis, quedan a la luz varios razonamientos que permiten acercarse al asunto de manera desprejuiciada.

En primer lugar, las protestas pacíficas son permitidas por la Constitución cubana, por lo tanto, quienes las realizaron estuvieron en su derecho de hacerlo. La violencia que acompañó a muchas de ellas, sí que está proscrita y es sancionable por la Ley y no pocos ciudadanos, en esa gran comunidad que son las redes sociales, piden el peso de esta para evitar la repetición. No quieren perder algo que ha distinguido a la sociedad cubana en las últimas seis décadas: la tranquilidad ciudadana.

Con el paso de los días también se van descubriendo algunos “modus operandi” de la Guerra No Convencional, que obviamente no nacieron en Cuba. Grupos ultraderechistas integrados por personas de origen cubano y asentados en Estados Unidos han estado detrás de la incitación a las protestas y una simple búsqueda en Internet refrendará la afirmación anterior.

Miami y sus fuerzas anticubanas más retrógradas estuvieron pendientes y promovieron, desde lejos, que se utilizara la violencia «para protestar contra el régimen y darle el golpe final», como afirmó uno de los tantos que hizo el llamado a la rebelión.

Que la situación del país es extremadamente compleja y que la vida diaria es muy difícil para la mayoría es una gran verdad. Adquirir alimentos en Cuba se ha convertido en una batalla por la supervivencia y otros lastres que aun arrastra la sociedad no se han eliminado aun, e irritan más que la falta de recursos que nos afecta a diario.

En medio de todo ello, y gracias a ese valor intrínseco de ayuda del pueblo, la recuperación de los daños del huracán ha sido menos traumática. Las provincias de La Habana, Mayabeque, Artemisa y el municipio especial Isla de la Juventud, ya recuperaron el servicio eléctrico y las comunicaciones y el acueducto funcionan con normalidad. Eso se alcanzó a menos de 10 días del paso del potente huracán categoría 3. Aun a Pinar del Río le falta mucho por hacer, es la zona más dolida, donde el panorama estruja el corazón, pero con la cooperación de todo el país, parece que la situación mejorará más temprano que tarde.

En medio de ese gran huracán solidario, las redes sociales tóxicas han querido mostrar una situación de caos total, de un Estado fallido que abandona a su suerte a sus ciudadanos y auguran el fin del proceso revolucionario. La realidad, para quienes la vivimos en el día a día, está muy distante de lo que muchos muestran en Internet. Los cubanos, en su mayoría, han apostado por el gran huracán de la solidaridad, vencedor, nuevamente, ante el malintencionado huracán de odio que nos han querido imponer. Sólo la vida dirá, pero para la mayoría, venció el amor y no el rencor.

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